Opinión

El TCP ha lanzado un torpedo aprovechando la corroída institucionalidad cruceña

Les ha metido la bomba allá en el punto débil, que sus mismas autoridades han alimentado con celos, desconfianza, intrigas y vergonzosas disputas públicas.

Lo que normalmente sucede cuando no existe alguien que ponga orden.

Por favor, vuelva a leer una vez más el párrafo anterior.

El secuestro de Camacho, la absurda división de la primera fuerza cruceña, más la consabida cizaña masista, han terminado por minar la ya esmirriada autonomía cruceña, es decir, la institución que por mérito y grandes sacrificios propios habían conquistado.

Ni la Alcaldía cruceña, con un grosero infiltrado a la cabeza, tiene los techos tan perforados y la casa tan huérfana.

Ah, pero muchos cruceños en estricto silencio lo veían venir. Sabían que el MAS tenía un plan y que dentro de ese plan estaban cayendo redondos. Y muchos de ellos conocían la salida, pero no se animaron a hablar. Grave, ¿no?

Así Arce se va sacando de encima a todos, «dictando» a través del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), que se ha convertido en una especie de «control político» de última estocada, con cuyos fallos te linchan, te reducen al silencio o te condenan al ostracismo. Con unos magistrados que tienen los pantalones en los tobillos.

Por eso nunca hay que abrirle las puertas al demonio, que pasa sin pedir permiso.

Y en este triste escenario, existen dos caminos: o cumplir con las reglas hasta poder cambiarlas, o subvertirlas, con la inteligencia y logística necesarias, lo que en el escenario presente, parece no existir.

Lo más sensato por ahora es cerrar filas con Mario Aguilera, pese al astuto intento masista de pringarlo de azul. Porque si cae él, cae el siguiente, y así sucesivamente, hasta que en Santa Cruz todos queden sordos, ciegos y mudos, como en el resto del país.

¿O no es ese el plan del MAS?

Horacio Poppe

Político y diputado nacional entre el 2015 y 2020.

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