«Ser fuertes en el proceso», el lema de los pacientes con cáncer que buscan ganarle a la muerte
“Bien vives o te mueres, ya me has hecho gastar harta plata”, esa es la frase que más rechina por la cabeza de Celia de 40 años, una paciente con cáncer de mama. Hace pocos días su esposo y padre de sus dos hijas, enojado le increpó por los gastos económicos que provoca su enfermedad. Lloró y quiso morir más de una vez, pero uno de sus retoños de 8 años le imploró que siga siendo fuerte para verlo crecer, ella siente que cada día las fuerzas la abandonan.
Relata que a partir de 2018 su vida tomó otro rumbo pues ya la acechaba el cáncer. Al principio no quiso reconocer y se resistía a ir al médico pese a los dolores que le causaban las “bolitas” en una de sus glándulas mamarias. En 2020 ya no pudo aguantar el dolor y acudió a un hospital de la urbe alteña, ahí los médicos le confirmaron lo que tanto temía: “tienes cáncer, hay un tumor que está creciendo”. Esas fueron las palabras textuales que escuchó del profesional y fue en ese instante que vio pasar toda su vida en minutos y pensó en la muerte.
“Nunca he pensado que a mí me iba a dar cáncer. Al principio tenía como arvejitas, habitas. Lo dejé así, pero el 2020 ya había unas bolas más grandes y cada vez el dolor era más insoportable. Mi hija me decía ‘anda al hospital’ y fui a uno en El Alto, ahí me dijeron tienes cáncer, hay tumor. He sufrido mucho, voy a morir, voy a morir, así he regresado a mi casa, llorando, mi cara todo mojado estaba, pero al entrar a mi cuarto me he calmado”, dice.
Por falta de dinero, Celia y su familia acudieron al hospital de Clínicas en La Paz, pero tenía que dormir desde el viernes para sacar una ficha para ser atendida el martes. Su enfermedad cada día avanza y para contenerse debe hacer ocho sesiones de quimioterapia, de las cuales ya lleva seis y le falta otras de radioterapia para controlar la enfermedad.
En ese proceso del tratamiento Celia perdió sus dos frondosas trenzas que llegaban hasta la cintura e incluso relata que sus familiares y vecinas siempre elogiaban su hermosa cabellera, pero a la segunda sesión de quimioterapia todo su cabello comenzó a caer. Se encerró una semana en su cuarto, no quiso salir y lloraba al verse al espejo.
“La gente me decía ‘que buen cabello tienes’ y cuando he perdido una semana he llorado por mi pelo. Tengo vergüenza caminar en la calle, me miran y otros me dicen con lluchu, con sombrero nomás andás y a veces me pongo mi manta en mi cabeza para taparme y así voy al colegio a recoger a mi hijita menor. Ellos también han sufrido al verme triste, pero tengo que seguir nomás”, afirma con tristeza.