Opinión

Una historia de platillos voladores

Sergio Ramírez

Los nicaragüenses han sido convertidos en tripulantes de la nave espacial que vuela hacia la muerte.

Sergio Ramírez | @sergioramirezm

Me fascinan las viejas historias que comienzan como novelas: “En 1975, Marshall Applewhite, un profesor de música, y su pareja, Bonnie Nettles, enfermera de profesión, decidieron contactar a los extraterrestres y buscaron seguidores que pensaran como ellos. Publicaron avisos en busca de reclutar discípulos, a los que llamaban tripulantes”. Lograron reunir inicialmente treinta, que abandonaron sus hogares y sus trabajos para seguirlos; pero luego este número continuó creciendo, y llegaron a conquistar a centenares.

Esta pareja de iluminados creía ciegamente que seres de una estrella lejana habían arribado a la Tierra en un pasado remoto, dejando a algunos de ellos como colonos. De aquellos viajeros llegados en platillos voladores proviene la humanidad, y nuestros ancestros regresarían un día a recoger a sus descendientes para llevárselos con ellos.

Marshall y Bonnie educaron a sus discípulos en ciencias ocultas, astrología, misticismo y teosofía, tiñendo siempre su discurso de citas bíblicas, y les dieron a leer libro tras libro de literatura esotérica y de ciencia ficción, llegando a convencerlos de que su vida futura verdadera se hallaba en el firmamento, adonde volarían algún día. Y era obligatorio ver los capítulos de la serie ‘Star Trek’, porque en los diálogos de los personajes había mensajes ocultos que enviaban los alienígenas, dirigidos a los miembros de la secta.

Ambos se consideraban la reencarnación de los dos testigos del Apocalipsis de San Juan, elegidos para subir al cielo en una nube. Cuando Bonnie, la sacerdotisa, murió en 1985, víctima de cáncer, Marshall, el supremo sacerdote, convenció a sus discípulos de que una nave espacial había venido a buscarla.

Para 1996, la secta había adoptado el nombre de ‘La puerta del cielo’. Tomaron alquilada una mansión rural al norte de San Diego, en California, y como para entonces se acercaba a la tierra el cometa Hale-Bopp, el gran sacerdote decidió que era la hora de partir en la estela del cometa. Eran 39. Se tomaron una dosis generosa de fenobarbital mezclado con vodka y jugo de manzana, y para que no quedaran dudas de que su viaje no tenía regreso, se colocaron bolsas de plástico en la cabeza. Todos pasaron a otro plano de vida.

Mi fascinación frente a esta historia tiene mucho que ver con la disposición del rebaño, así adoctrinado, a dar más peso a un conjunto de ideas estrafalarias, al fin y al cabo una ideología, que al temor natural ante la propia muerte.

Y más fascinado aún al encontrar que los platillos voladores han aterrizado en Nicaragua. Una secta política ha sido convencida de que la pandemia fatal que anda suelta sin control por las calles, sembrando la muerte porque el Gobierno se niega a ponerle freno, no existe.

Comenzaron por rechazar la existencia del virus, y repitieron la propaganda oficial de que quien usara mascarillas era un agente subversivo, promoviendo la consigna de que los médicos y las enfermeras no tenían por qué usar medios de protección en los hospitales, y hubo casos en que la policía despojó de los tapabocas a los transeúntes.

El sectario estará dispuesto a alterar o falsificar las estadísticas para negar la pandemia. O no vacilará en seguir alentando, aun en la fase de descontrol que vivimos, las campañas destinadas a atraer gente hacia los mataderos en que se convierten las celebraciones callejeras y las concentraciones políticas. Todas son formas de subirse al platillo volador. Diputados, ministros, alcaldes, jefes de policía, activistas de barrio, militantes que se burlaban de los riesgos mortales de la pandemia hoy están muertos, o enfermos.

Nada hace cambiar de actitud ni de discurso al tripulante, mientras desde arriba le sigan pasando la consigna de la negación.

Una perversión que se extiende con su aliento pestífero hacia miles de inocentes, que resultan sacrificados por el fanatismo, desprotegidos de toda política de contención del virus, y más bien inducidos a contaminarse; empezando por el personal médico, entre el que hay ya numerosas víctimas.

Todos los ciudadanos indefensos, convertidos en tripulantes obligados de la nave espacial que vuela hacia la muerte.

Sergio Ramírez
www.sergioramirez.com

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