Opinión

Cuando las leyes son pisoteadas de forma contumaz

El abigeato, un delito no estigmatizado en la región, rebasó los límites de la tolerancia. Más que un hecho camuflado y a la vez descarado, a vista y paciencia de los afectados, hoy es amparado por los organismos policiales y la justicia boliviana, a cambio de cuantiosas sumas de dinero.

Ni los narcotraficantes salían tan victoriosos cuando eran aprehendidos y sentenciados.

Un escandaloso hecho se registró en La Guardia que sorprendió a los pobladores. Wilfredo Pereira, autor confeso del robo de 45 cabezas de ganado en Basilio, fue liberado a cambio de pagar 280 mil bolivianos.

El proceso judicial del cuatrero fue manipulado y las víctimas piden que se investigue a policías y a la abogada del caso delictuoso.

Cuando la ética profesional y las leyes son pisoteadas de forma contumaz, no deberían regir los códigos en los entes colegiados y que los afiliados no respetan.

Así sucedió en el proceso de la mayor víctima de abigeato en el país, cuando su abogado, en lugar de defenderla pretendió modificar el proceso.

La víctima, Gina Mendía, confiaba en la honestidad e integridad del profesional. El hecho sucedió en San Ignacio de Velasco, donde la justicia está en manos de una administración ensombrecida.

El abogado defensor intentó manipular el caso, obligando a la afectada a firmar un requerimiento judicial para que el juez convierta el proceso penal y se ventile por la vía civil. El objetivo apuntaba a dilatar el proceso para que el imputado Oscar Luis Rivero Vargas no sea sentenciado.

El jurista no pidió la detención preventiva del mafioso. Insistía férreamente en que el delito del cuatrero era de «Carácter Patrimonial», siendo que el artículo 350 del Código Penal lo establecía como abigeato por el robo de 104 bovinos.

La pobre mujer se cansó de humillarse ante el abogado a quien rogaba que pida judicialmente al fiscal que su proceso sea tipificado como un delito agravado. Su denuncia así lo determinó, pero el fiscal Víctor Hugo Cervantes procedió a tipificarlo como un delito simple para favorecer al delincuente. De esta forma, el proceso de abigeato agravado sufrió una oscura manipulación.

Cansada de tanto atropello, la víctima (ni estúpida ni negligente) contrató los servicios de un prestigioso Consorcio de Abogados de Santa Cruz para que formalice su petición, una responsabilidad que le competía asumir al jurista patrocinante.

El consorcio cruceño efectuó el requerimiento ante el Ministerio Público, además hizo notar que el abogado de la damnificada «no la estaba defendiendo.»

No transcurrieron ni cinco minutos de la presentación de un memorial cuando el jurista llamó por teléfono a su cliente para reprocharle enfáticamente: «usted cometió un acto desleal, por lo tanto, ¡renuncio! y no asistiré hoy a la audiencia cautelar.»

Luego de un breve y profundo silencio con sabor a jengibre, la afectada aclaró a su interlocutor: «usted me traicionó, ¡ni Judas se atrevería a tanto!; usted me dejó en total estado de indefensión ¡Dios lo vio todo y usted responderá por esta infamia!»

Ella asistió a la audiencia cautelar sola y en absoluto estado de indefensión.

El fiscal de materia que, anteriormente había sido denunciado por corrupción, en ningún momento presentó al Juzgado de Instrucción Penal el memorial que Mendía presentó a la Fiscalía para ser considerado por el juez. De un plumazo la «súplica judicial» fue borrada del expediente de la Fiscalía y la víctima quedó sin derecho a voz y en medio de un macabro complot de injusticia.

— ¿Conoce usted a mi abogado defensor?, preguntó la damnificada a una octogenaria que asistió a la audiencia.

— Todo el pueblo conoce (a este avasallador) por ser compinche del fiscal y dar en contra de las víctimas, respondió.

— Lo conozco desde niño porque fue mi alumno; no era aplicado ni inteligente; siempre disfrazaba sus pendejadas. Ahora que es un profesional no honroso, la verdad hecha verbo impacta, pues proviene de historias trascendentes que no se borrarán de la memoria.

La maestra jubilada vaticinó: «si este tipo no pide disculpas por sus actos calamitosos, pronto caerá muerto porque desató la ira de Dios.»

Aseguró sentirse frustrada por haber enseñado a leer y escribir a «un codicioso, sin moral ni principios.» Pero, confirmó que su aflicción no quedará en el olvido pues escribe un libro que «narra las fechorías de sus malos pupilos que no son testimonios de vida.»

Así de fácil la tiene el abigeatista que robó 104 bovinos a Mendía, la hija más frágil y amada de un padre ganadero. Así de fácil la tiene porque quince abogados del pueblo se negaron a defenderla por miedo a «quedar sin trabajo» por los compromisos asumidos con un descarado Goliat. Y, el abogado que aceptó el caso, optó por desviar el proceso hacia una falsa justicia.

¿Cómo podrá abrir caminos en las garras de la putrefacción?

El «intocable», tal como lo denominan sus otras víctimas, y a quien el juez le aplicó medidas sustitutivas, se atrevió a pedir que la justicia prohíba a la indefensa mujer no informar sobre la verdad histórica del hecho. Sin embargo, la obra de desenmascarar al abigeatista está hecha. No importa que la asesinen, pues el hedor de la fórmula de cómo el imputado acumuló su fortuna ya está diseminado. Y no habrá fiscal, abogado ni magistrado que pueda apagar las brasas de la hoguera de san Juan donde arderá la imagen del mafioso.

Con la deliciosa intrepidez de la otrora profesora, la macabra maniobra del decadente abogado también será difundida, por emplear una conducta similar a la de aquellos parásitos que viven a perpetuidad de los criminales.

–¿Qué pensaría el abogado Agustín de Hipona sobre la justicia boliviana, si estuviera vivo?, cuestionó la longeva profesora del abogaducho.

–¡Nooo…! no quiero deducir una respuesta miserable del santo, esgrimió.

En realidad, la respuesta radica en la incansable búsqueda de la ¡oh! dulce verdad que salva al hombre de la perversidad.

¡Siii…! No es lícito jamás aceptar causas injustas, porque son perniciosas para la conciencia y el decoro, asi lo estableció Alfonso María de Ligorio (otro santo abogado) que dejó un código de ética profesional para la humanidad.

Gina Mendía Gandarilla – Comunicadora

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