Opinión

Tarija, la sucursal del cielo

Francisco Xavier Solares, franciscosolaresm@yahoo.com

Variedades de climas y relieves serpenteantes cuyas alturas pueden alcanzar el cielo, una tierra bendita heredada del trabajo sacrificado de su gente, privilegios únicos y celosos que otros países no tienen, esto convierte a Bolivia y sobre todo a los valles de Tarija y Samaipata en Santa Cruz, en territorios generosos para la producción vitivinícola, lugares únicos que se bautizan por si mismo, sin duda alguna, como las verdaderas sucursales del cielo.

Caminar por los campos vitivinícolas de Tarija es transportarse a un mundo detenido en el tiempo, es dejarse envolver por paisajes que enamoran, un lugar donde los sentidos se impacientan, es sentir la brisa templada, es el deseo vertiginoso de conocer su origen, tocar uvas y probar el fruto de una vid cultivada con el esmero de su gente, es comprender el valor natural y sublime de un producto que más que ciencia, posee espíritu; por lo tanto, es imposible no dejarse llevar por las tentaciones de aquellos vinos de altura, vinos de cuerpos y movimientos perfectos que rompen tradiciones y cuyos líquidos mantienen perplejos a enólogos de todo el mundo.

Hablar de vitivinicultura de altura es hablar, en su gran mayoría de Tarija, esto conlleva entender que el trabajo para lograr un producto de calidad contiene pasión y esfuerzo; también, esta cargado de adversidades y retos permanentes que son afrontados de manera valiente, con un alto grado de responsabilidad colectiva, compromiso social y decisiones creativas que son producto de pensamientos visionarios que van más allá de lo usual.

Construir empresa y elaborar productos de calidad en Bolivia no es algo sencillo, las diferentes bodegas lo saben, es una agricultura de riesgos, de cuidados y desafíos propios. Es una labor caracterizada por una orfandad de apoyos gubernamentales quienes deberían promover su protección, fortalecimiento y proyección internacional más, al contrario, obstaculizan su crecimiento y, lo peor del caso, es la inacción y desidia permanente frente al monstruo destructivo del contrabando, por otro lado, una realidad indiscutible: un mercado interno cuya cultura enológica es minúscula, la cual desconoce la calidad de un vino de alta gama.

Estamos atravesando una circunstancia preocupante a nivel global, económicamente dura y socialmente conflictiva para todos los Estados, cuyos resultados negativos están siendo reflejados en la contracción del consumo y la reducción de las exportaciones, -en el caso de boliviano- de un producto sensible como son los vinos de altura, lo cual, ha dejado estancado a las débiles economías locales.

Pero una cosa es cierta, Tarija como territorio de producción vitivinícola está a la altura de la calidad de los estándares globales, el ímpetu por soñar y posicionarse poco a poco en espacios internacionales demuestra el deseo de consolidar no solo marcas, sino el amor por una cultura que engloba espacios, costumbres, personas y cepas.

Cada amanecer se convierte en un compromiso dorado que cada bodega tiene, llevar a las mesas esta agua de vida es una vocación competitiva. Ahora es el momento de entender el valor de lo que se está produciendo, una bebida histórica que ha sido reconocida, premiada innumerables veces e inigualable en aromas. Así es cada gota, así son los vinos de altura. Aún existe un largo camino por andar en los surcos de las vides bolivianas, la herencia de las pisadas centenarias en los valles poco a poco está dejando huellas profundas e importantes en cada persona que osa entrar en este campo y, está provocando sutilmente que las personas dejen de lado su oculta timidez para sumergirse en este embotellado mundo del tinto.

Descorchar una botella de vino de altura es descubrir aromas ocultos, liberar espíritus, abstraer encantos, es inspiración de coplas que enamoran, es magia que complementa el momento, es honrar a un patrono que bendice siempre los frutos de la tierra, es valorar el trabajo realizado por las manos de quienes producen el tinto y cuyo bouquet es el alma de una región. Ahora con tu permiso, ¡salud te invito!

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